Lis
tenía dos mundos totalmente fuera uno del otro, lo malo de la historia es que
en muchas ocasiones éstos se mezclaban, era entonces cuando surgían seres
asombrosos.
Cada
vez que se quedaba sola comenzaba a escuchar aquellas voces que le hacían saber
las travesuras que vivían en su inquieto interior. Su padre salía todas las
madrugadas a pescar en el lago que se encontraba a media calle de su chocita.
Cuando el sol se asomaba, la madre de Lis le dejaba listo el desayuno, el cual
consistía en un tazón de lentejas con jitomate picado y unos trocitos de jamón.
Lis, después de comer, debía alcanzar a su madre y ayudarle a sacarles las
tripas a los pescados, lavarlos y hacer filetes. Al término de esta actividad salía
a la calle a venderlos de casa en casa. A pesar del hecho de hacer esa
actividad todos los días, Lis odiaba el olor del pescado y más aún el tener que
destriparlos; cada vez que acercaba el cuchillo al cuerpo escamoso del pescado
que la miraba fijamente, el olor que despedía era muy similar al de agua sucia
y estancada de mucho tiempo. Mientras hacía su labor cerraba los ojos e imaginaba
que lo que estaba entre sus manos era un trozo de melón y el aroma era de
frescura y al mismo tiempo dulce, que la hacían salir corriendo de su realidad.
Conforme pasaba el tiempo la rutina la volvía loca, así que no le quedaba más
que salir de paseo con su mente, dejaba volar su imaginación. En ocasiones
pensaba que era una sirena y que el agua le había impedido oler lo que tanto
odiaba. Veía todos aquellos pescados que en alguna ocasión había destazado, sin
embargo, no importaba; era su sueño y ella escogía lo que pasara, era dueña de
su imaginación y en su mente solamente ella mandaba, éste era su lugar
favorito.
Una
noche, después de una buena venta, su padre decidió beber un poco de cerveza. Ese
poco de repente se convirtió en una borrachera. Llegaron las tres de la mañana
y no había señales del padre de Lis, su madre aprovechó que Lis dormía para
salir a buscarlo. Sin hacer ruido, acomodándose un pequeño chal color rojo y un
bastón que le ayudaba a mantenerse en pie ya que sufría de una malformación en
la rodilla que se le extendía hasta el tobillo. De esta forma se lanzó contra
el viento y la brisa provenientes de la laguna. Las olas crecían cada vez más y
el agua se tornaba más turbia. La mujer caminaba con dificultad a cusa de los
fuertes vientos, a paso lento se fue perdiendo en la oscuridad de la noche. Lis
despertó de repente, al verse sola, no tuvo más opción que asomar la cabeza por
la ventana y después salir a la calle buscando una cara conocida. La luz de la
luna era inconstante, el viento movía las nubes de un lugar a otro cubriendo y
descubriendo a cada instante la luna. La niña no tenía miedo, sentía que era otro
de sus viajes a su imaginación. Ella caminaba observando cómo los árboles se
movían de un lado a otro haciendo sonidos que parecían sollozos de alguna persona
con mucho miedo. Lis llegó a la orilla de la laguna y no pudo evitar ver las
lucecitas que se encontraban del otro lado del agua. Ella pensaba que si
llegaba hasta el otro lado encontraría un mundo desconocido. Su padre le había
contado alguna vez de un mundo mágico que solamente se podía ver durante la
noche. Lis se convenció a sí misma que esas luces eran de aquel lugar, así que
tomó la canoa de su padre y se puso en marcha. Al llegar a la mitad del camino
su canoa comenzó a moverse de una manera extraña, parecía que algo la golpeaba
desde el fondo de la laguna. Se quedó quieta y esperó un momento, se inclinó
para ver qué es lo que la golpeaba y no pudo creer lo que veía, el agua
comenzaba a burbujear como si alguien se estuviese ahogando. De repente una
burbuja salió y se posó a la altura de su cara. Comenzó a hacerse grande cada
vez más hasta alcanzar el tamaño de dos metros. Ésta se rompió enfrente de ella
y un ser extraño de color verde semejante al vómito con los ojos saltones y
brillantes parecidos a los de una carpa a punto de ser destazada y unos
tentáculos que no paraban de moverse apareció. La criatura no paraba de
escurrir una sustancia que parecía gelatina a medio cuajar y su olor era
exactamente igual al que Lis odiaba con todas sus fuerzas. Al ver semejante
espectro Lis intentó gritar, trató de moverse pero una fuerza mayor que ella le
impidió hacerlo, solamente se quedó ahí viendo aquella figura que le producía
náuseas y al mismo tiempo tranquilidad. “—Sé qué es lo que odias” —le dijo
aquel ser extraño al tiempo en que colocaba un tentáculo en la frente de la
joven. En eso momento Lis comenzó a ver dentro de su cabeza el platón de
lentejas, las tripas de los pescados y sus manos llenas de escamas. La criatura
le contó de un mundo sin todo lo que odiaba, le prometió llevarla a ese lugar,
siempre y cuando ella hiciera algo por él. Las palabras de esta criatura fueron
tan cálidas que Lis accedió a prestar su ayuda. El trato consistiría en que destruyera
a dos monstruos terrestres que amenazaban con su mundo, uno de ellos llevaría
una botella en las manos, lo que la joven debía hacer era quitársela y llenarla
con agua de color brillante; la otra bestia caminaría siempre a la orilla del
malecón con un bastón. Dando estas señales Lis debía cumplir con su misión y
luego podría irse a aquel lugar mágico. A la joven le pareció justo, tomó los
remos y regresó a su casa. Buscó entre los productos de limpieza un líquido
brillante que era un desinfectante. Tomó una botella de cerveza que se
encontró, la llenó de dicho líquido y salió de su casa. Las nubes volvieron a
cubrir la luna y la noche se tornó totalmente oscura de nuevo. Entre tanto
caminar se topó con un bulto que hacia ruidos extraños con su garganta. Lis notó
una botella en la mano derecha de la bestia y antes de que despertara
intercambió las botellas, después se alejó y le arrojó una piedra para ver si
estaba vivo. El bulto movió la botella y la acerco a su boca, dándole un gran
trago. Lis observó pacientemente cómo comenzó a gritar, luego a vomitar y por
último a revolcarse en la arena hasta que dejó de moverse. “Me falta uno” se
dijo Lis entusiasmada. Corrió hacia el malecón y se escondió tras unas palmeras;
esperó un momento. A lo lejos podía observar una silueta que sujetaba un bastón
entre sus manos. Lis buscó una parte del malecón donde los trabajadores habían
colocado las piedras que retiraron de la construcción y que era honda, al
encontrarlo hizo guardia hasta que aquella figura de bastón se acercó
lentamente a ella. Una vez que la tuvo frente a sus ojos, tomó todo el impulso
que pudo y se lanzó sobre ella arrojándola a las piedras y luego al fondo de
las aguas turbias y contaminadas.
Al
terminar su misión Lis regresó al centro de la laguna; de nuevo aquel ser
gelatinoso se acercó a ella, la enredo entre sus tentáculos y la sumergió en el
agua. La joven hacia todo lo posible por
zafarse de esta criatura; sin embargo, el aire ya no llegaba a sus pulmones
llenos de agua. De pronto una tranquilidad se posesionó de su mente y cuerpo
hasta que su sueño más recurrente se volvía realidad: estaba en el agua sin
tener que respirar y los peces danzaban junto a ella. Aquello era mágico para Lis,
era lo que siempre había soñado. No sabía cómo pero estaba ahí, lo que ella no
sabía es que nunca podría regresar de ese lugar.
Al
día siguiente encontraron al padre de Lis muerto a espaldas de su casa, a causa
de envenenamiento; el cuerpo de su madre estaba entre las olas, golpeándose
contra las rocas. A los pocos días, la canoa del papá de Lis llegó completa a
la orilla de la laguna, lo único que contenía era una botella de desinfectante
y tripas, no precisamente de pescado.
Nora Ríos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario